Él no era consciente, y no lo sería hasta sus últimos días, pero aquel bloc de notas, con sus anotaciones sobre el debe y el haber y sus prospecciones económicas, rigurosamente calculadas en base a los ingresos y gastos presentes y futuros, junto con su deseo de ser algún día independiente económicamente, es decir, de tener todo aquello que realmente necesitaba completamente amortizado y hallarse libre de deuda, estaba ya, y esto solo acababa de empezar, minando con cada pensamiento y preocupación la tranquilidad de su ánimo y su felicidad, agriándole el carácter, degradando su persona y corrompiendo su ser.
Siempre había sido concienzudo con sus finanzas. Tan pronto alcanzó la mayoría de edad y empezó a trabajar tomó la costumbre de sentarse periódicamente, habitualmente los últimos días de cada mes, para repasar su extracto bancario y anotar los cambios. No había nada de malo en ello. De hecho, mientras esto fue así, siempre encontró un gran placer al hacerlo, pues en mayor o menor medida sus ahorros no dejaban de crecer. Fue cuando empezó a calcular no solo cuanto había adquirido, sino cuanto iba a adquirir, que todo se torció. Allí donde en otro tiempo hubo gozo tan solo quedaba ya disgusto y pesadumbre.
Pasaba los meses preocupado, descontando mentalmente sus pagos del presupuesto y calculando cuánto más podía gastar. Incluso los meses en los que sus prospecciones se cumplían resultaban amargos, pues el alivio que sentía al cerrar las cuentas según lo previsto era ínfimo comparado con los quebraderos de cabeza sobrevenidos en el transcurso y duraba tanto como tardaba su mirada en deslizarse hasta la contabilidad del siguiente mes. Además, ya nada le parecía suficiente. El ahorro que antes no hubiese siquiera osado soñar le parecía ahora poco y la vida con la que antes se hubiese conformado le resultaba ahora pobre e insatisfactoria. Imperceptiblemente, poco a poco, pero sin cesar, la codicia, tan impropia de su persona en el pasado, empezaba a apoderarse de él.
Cómo hubiese cambiado todo, las decisiones que iba a tomar, la dicha de su vida y su porvenir, si una afortunada ráfaga de viento se hubiese llevado con ella aquellas páginas, sus cifras, cálculos y notas, si alguien le hubiese advertido y él hubiese sabido atender a ello cuando se le decía. Claro que esto nunca sucedió y la que hubiese sido una vida tranquila y apacible… bueno, esa vida, simplemente, nunca existió.